Fue diputado constituyente, y firme defensor de Europa, como un ideal de libertad y derechos humanos. Todos los caminos le llevaban a Europa: desde su formación universitaria, su militancia política, sus valores de un mundo más justo, la defensa de los derechos humanos, y su compromiso activo por un socialismo universal. Por eso, desde el principio, fue clave para integrar a España en la modernidad europea. No puedo disociar mi imagen de Manolo de la del extraordinario Fernando Morán, el ministro de Asuntos Exteriores que firmó el Acta de Adhesión de Europa. Aquella foto fue un paso histórico para España, protagonizada por dos hombres excepcionales: comprometidos, inteligentes, con sentido del humor, con prudencia y discreción, pero también con un gran sentido común. Fernando Morán ha sido también de las personas cuyo predicamento deberíamos recuperar hoy para saber cuál es nuestra memoria más reciente.
También fue decisiva la imagen de Manolo como Presidente del Congreso para revalorizar el parlamento, la función de los diputados, el trabajo por el bien común y la defensa de la Constitución Española. Su papel como presidente no fue únicamente reglamentario y de decoro, todo lo contrario: emitió discursos de hondo calado, de gran política, de oratoria discursiva, uniendo la ética y la política en su papel como reivindicación del valor del parlamentarismo y de la dignidad de España como nación con voz propia.
Como bien recuerda la periodista Anabel Díez, fue crítico cuando percibió la deriva de los problemas a los que hoy nos enfrentamos. Por ejemplo, advirtiendo de la necesidad de una “Alemania europea y no una Europa alemana”, o cuando en el 29 aniversario de la Constitución, en 2007, hoy hace ya diez años, reclamó la recuperación del consenso, señalando: “Me niego a aceptar que consenso y sentido del límite son dos palabras viejas, no es verdad, tendrán que adaptarse, pero siguen siendo hoy muy necesarias, porque creo que hay que decirlo, no se puede repetir otra legislatura tan dura y tan ruda como la que hemos tenido”.
Manuel Marín advirtió de todo ello hace diez años, cuando hoy nos despertamos en el europeísmo escéptico con en el crecimiento alarmante del populismo ultraconservador y xenófobo, al tiempo que, dentro de nuestra casa, vivimos una confrontación entre españoles, entre catalanes, entre territorios, tan incomprensible como alejada del fruto del consenso. Siendo presidente del congreso, señaló: “La Constitución de 1978 no es un mito intocable pero hay que juzgarla como un éxito colectivo”.
Sé que las páginas de los principales periódicos se llenarán de artículos elogiando la memoria y el recuerdo de Manuel Marín, sobre todo, de aquellos que fueron sus principales amigos. Yo lo recuerdo con mucho afecto y respecto.
Pero sobre todo, escribir este artículo hoy tenía la finalidad de unir dos grandes conceptos, Europa y la Constitución Española, que hoy están al borde del precipicio, que necesitan revisarse para seguir siendo útiles y respetados, que son claves para la exitosa salida de Europa y España de la crisis política y social en la que vivimos, porque ambas herramientas (si así se les puede llamar) conservan unos valores éticos esenciales que deben funcionar como brújulas para no perdernos. Necesitamos más y mejor Europa como necesitamos el respeto y la solidez de la Constitución Española.
La segunda cuestión por la que quería recordar el nombre de Manolo es por la necesidad que tenemos a conservar la memoria. Y cada vez tenemos menos y más débil.
La semana pasada decía el filósofo Manuel Cruz en una conferencia en Valencia que, hace años les explicaba a sus alumnos la historia reciente empezando por la guerra civil, pero hoy, el espacio tiempo se ha hecho más pequeño, y los estudiantes solo reconocen como pasado dos décadas como mucho, hasta la transición la consideran “relatos de viejos”.
Como sabe bien mi gran amigo Antonio G. Santesmases, y así lo explica pedagógicamente, la historia y la memoria son esenciales para seguir dando pasos hacia adelante. Y quien no la conoce, puede fácilmente cometer los mismos errores.
POR ANA NOGUERA